LOS CIRUELOS EN FLOR
Hace varios años, en medio de un viaje, me encontraba en un almacén especializado en muebles japoneses ayudándole a un amigo que estaba amoblando su casa. Rápidamente, la única vendedora del almacén, una mujer pequeña que vestía un kimono, acaparó a mi amigo tomándolo del brazo, e inició con él una discusión sobre pintura japonesa, en voz alta y apasionada. Ella apenas le llegaba al hombro pero, a pesar de su estatura, su actitud me hizo sentir incómoda y preferí irme acercando a la salida, deslizándome por detrás de baúles y escaparates, mientras esperaba a que él terminara sus compras. Yo pensaba que ya había logrado esconderme cuando, inesperadamente, la mujer se volteó hacia mí y comenzó a acercarse, apuntándome con el dedo. Sólo entonces me di cuenta de que ella era muy vieja y, posiblemente, incluso sorda, lo que quizás explicaba el volumen de su voz. Me tornó del brazo y comenzó a arrastrarme a través del almacén, mientras me decía: "Ven, ven". Yo traté de zafarme pero, para ser alguien tan bajo y frágil, ella tenía bastante fuerza; de modo que me dejé llevar, seguida por mi amigo, quien parecía bastante divertido con mi forcejeo.
La mujer nos llevó a la habitación trasera del almacén, que estaba casi vacía excepto por cuatro pinturas japonesas, las cuales colgaban cada una de una pared y representaban las estaciones. A diferencia de las pinturas que había en la sala de exhibición, éstas eran verdaderas piezas de museo: Una de ellas representaba una vieja y retorcida rama florecida, con cientos de pequeños botones rosados cubiertos de nieve. Era espléndida. "
La mujer me condujo hasta esa pintura y me dijo: "¿Ves, ves? Es febrero. El ciruelo ya está empezando a florecer".
En su extraña y enfática manera, ella me estaba diciendo que el ciruelo estaba sufriendo porque era el primero; florecía muy temprano, en febrero, incluso cuando todavía era invierno, enfrentando el frío y las dificultades. Luego ella tocó con su pequeña mano artrítica la nieve que había sobre la rama, y sacudió la cabeza con fuerza. Mirándome directo a los ojos y presionando ligeramente mi brazo, dijo: "Floración de ciruelos, el comienzo. Como mujer japonesa, ciruelo florece amablemente, con ternura, con suavidad... y sobrevive".
Estas palabras me intrigaron durante mucho tiempo. Como médica, pensaba que sabía todo acerca de la supervivencia pues, después de todo, yo estaba en ese negocio.
Había aprendido que la supervivencia era un asunto de pericia, de habilidad y acción, de competencia y conocimiento. Lo que esa mujer me había dicho no tenía ningún sentido para mí.
Esto también era confuso para mí por otras razones. Al igual que los ciruelos en flor; yo también había llegado muy temprano. Cuando nací, vine al mundo prematuramente, después de una cesárea de emergencia, con un peso muy inferior al normal. No se esperaba que yo estuviera viva. Durante toda la infancia, me dijeron que había sobrevivido gracias al invento de la incubadora, y por muchos años me sentí en deuda con la tecnología que había salvado mi vida.
Ahora, como joven pediatra, trabajaba en una unidad de cuidados intensivos para prematuros, y utilizaba una tecnología mucho más poderosa para salvar la vida de otros niños. Pero lo que esa mujer había dicho me había hecho dudar: quizás la supervivencia no era sólo un asunto de emplear con destreza la tecnología más avanzada, tal vez había algo innato, una fuerza en esos pequeños seres rosados, que hacía posible que tanto ellos como yo sobreviviéramos. Nunca antes había pensado en eso.
Entonces recordé algo que ocurrió un día de primavera, cuando tenía catorce años. Caminaba por la Quinta Avenida de Nueva York y, de repente, me asombró el hecho de ver dos diminutas hojas de hierba creciendo en medio de la acera. Verdes y tiernas, habían logrado atravesar el cemento.
Sin prestar atención a la multitud que me empujaba, me detuve y las miré con total incredulidad. Esta imagen me acompañó durante mucho tiempo, probablemente debido a lo milagrosa que me pareció. En esa época, mi idea del poder era muy distinta. Comprendía lo que eran el poder del conocimiento, de la riqueza, del gobierno y de la ley; pero aún no había conocido esta otra clase de poder.
Con frecuencia, los accidentes y los desastres naturales hacen que la gente sienta que la vida es frágil. De acuerdo con mi experiencia, la vida puede cambiar abruptamente y terminar de repente, pero no es frágil. Hay una diferencia entre la mortalidad y la fragilidad. Incluso a nivel fisiológico el cuerpo es un complicado diseño de pruebas y balances, elegantes estrategias de supervivencia que encubren simples estrategias de supervivencia, equilibrios y nuevos balances. Cualquier persona que haya presenciado la recuperación de intervenciones tan grandes e invasivas como un transplante de médula o una cirugía de corazón, experimenta un sentimiento de profundo respeto o reverencia, por la capacidad del cuerpo para sobrevivir. Esto es tan cierto en la vejez como en la juventud. En el nivel intracelular hay una inclinación tenaz hacia la vida, sin la cual aún las intervenciones médicas más sofisticadas no podrían tener éxito. El deseo de vivir es fuerte incluso en los seres humanos más pequeños. Recuerdo que cuando era estudiante vi cómo uno de mis profesores le metió un dedo en la boca a un recién nacido y, una vez el niño comenzó a succionar, lo levantó suavemente de la cama, sostenido solo por la fuerza de su succión.
Esa tenacidad por vivir persiste en todos nosotros, imperturbable, hasta el momento de nuestra muerte.
PREGUNTAS
1. ESCRIBA EL MENSAJE/ENSEÑANZA, DE ESTA LECTURA.
2. ESTABLECE UN VOCABULARIO CON 5 PALABRAS QUE NO CONOZCAS O DUDES DE SU DEFINICIÓN.
3. EXPLIQUE EL PORQUÉ DEL TÍTULO
Hace varios años, en medio de un viaje, me encontraba en un almacén especializado en muebles japoneses ayudándole a un amigo que estaba amoblando su casa. Rápidamente, la única vendedora del almacén, una mujer pequeña que vestía un kimono, acaparó a mi amigo tomándolo del brazo, e inició con él una discusión sobre pintura japonesa, en voz alta y apasionada. Ella apenas le llegaba al hombro pero, a pesar de su estatura, su actitud me hizo sentir incómoda y preferí irme acercando a la salida, deslizándome por detrás de baúles y escaparates, mientras esperaba a que él terminara sus compras. Yo pensaba que ya había logrado esconderme cuando, inesperadamente, la mujer se volteó hacia mí y comenzó a acercarse, apuntándome con el dedo. Sólo entonces me di cuenta de que ella era muy vieja y, posiblemente, incluso sorda, lo que quizás explicaba el volumen de su voz. Me tornó del brazo y comenzó a arrastrarme a través del almacén, mientras me decía: "Ven, ven". Yo traté de zafarme pero, para ser alguien tan bajo y frágil, ella tenía bastante fuerza; de modo que me dejé llevar, seguida por mi amigo, quien parecía bastante divertido con mi forcejeo.
La mujer nos llevó a la habitación trasera del almacén, que estaba casi vacía excepto por cuatro pinturas japonesas, las cuales colgaban cada una de una pared y representaban las estaciones. A diferencia de las pinturas que había en la sala de exhibición, éstas eran verdaderas piezas de museo: Una de ellas representaba una vieja y retorcida rama florecida, con cientos de pequeños botones rosados cubiertos de nieve. Era espléndida. "
La mujer me condujo hasta esa pintura y me dijo: "¿Ves, ves? Es febrero. El ciruelo ya está empezando a florecer".
En su extraña y enfática manera, ella me estaba diciendo que el ciruelo estaba sufriendo porque era el primero; florecía muy temprano, en febrero, incluso cuando todavía era invierno, enfrentando el frío y las dificultades. Luego ella tocó con su pequeña mano artrítica la nieve que había sobre la rama, y sacudió la cabeza con fuerza. Mirándome directo a los ojos y presionando ligeramente mi brazo, dijo: "Floración de ciruelos, el comienzo. Como mujer japonesa, ciruelo florece amablemente, con ternura, con suavidad... y sobrevive".
Estas palabras me intrigaron durante mucho tiempo. Como médica, pensaba que sabía todo acerca de la supervivencia pues, después de todo, yo estaba en ese negocio.
Había aprendido que la supervivencia era un asunto de pericia, de habilidad y acción, de competencia y conocimiento. Lo que esa mujer me había dicho no tenía ningún sentido para mí.
Esto también era confuso para mí por otras razones. Al igual que los ciruelos en flor; yo también había llegado muy temprano. Cuando nací, vine al mundo prematuramente, después de una cesárea de emergencia, con un peso muy inferior al normal. No se esperaba que yo estuviera viva. Durante toda la infancia, me dijeron que había sobrevivido gracias al invento de la incubadora, y por muchos años me sentí en deuda con la tecnología que había salvado mi vida.
Ahora, como joven pediatra, trabajaba en una unidad de cuidados intensivos para prematuros, y utilizaba una tecnología mucho más poderosa para salvar la vida de otros niños. Pero lo que esa mujer había dicho me había hecho dudar: quizás la supervivencia no era sólo un asunto de emplear con destreza la tecnología más avanzada, tal vez había algo innato, una fuerza en esos pequeños seres rosados, que hacía posible que tanto ellos como yo sobreviviéramos. Nunca antes había pensado en eso.
Entonces recordé algo que ocurrió un día de primavera, cuando tenía catorce años. Caminaba por la Quinta Avenida de Nueva York y, de repente, me asombró el hecho de ver dos diminutas hojas de hierba creciendo en medio de la acera. Verdes y tiernas, habían logrado atravesar el cemento.
Sin prestar atención a la multitud que me empujaba, me detuve y las miré con total incredulidad. Esta imagen me acompañó durante mucho tiempo, probablemente debido a lo milagrosa que me pareció. En esa época, mi idea del poder era muy distinta. Comprendía lo que eran el poder del conocimiento, de la riqueza, del gobierno y de la ley; pero aún no había conocido esta otra clase de poder.
Con frecuencia, los accidentes y los desastres naturales hacen que la gente sienta que la vida es frágil. De acuerdo con mi experiencia, la vida puede cambiar abruptamente y terminar de repente, pero no es frágil. Hay una diferencia entre la mortalidad y la fragilidad. Incluso a nivel fisiológico el cuerpo es un complicado diseño de pruebas y balances, elegantes estrategias de supervivencia que encubren simples estrategias de supervivencia, equilibrios y nuevos balances. Cualquier persona que haya presenciado la recuperación de intervenciones tan grandes e invasivas como un transplante de médula o una cirugía de corazón, experimenta un sentimiento de profundo respeto o reverencia, por la capacidad del cuerpo para sobrevivir. Esto es tan cierto en la vejez como en la juventud. En el nivel intracelular hay una inclinación tenaz hacia la vida, sin la cual aún las intervenciones médicas más sofisticadas no podrían tener éxito. El deseo de vivir es fuerte incluso en los seres humanos más pequeños. Recuerdo que cuando era estudiante vi cómo uno de mis profesores le metió un dedo en la boca a un recién nacido y, una vez el niño comenzó a succionar, lo levantó suavemente de la cama, sostenido solo por la fuerza de su succión.
Esa tenacidad por vivir persiste en todos nosotros, imperturbable, hasta el momento de nuestra muerte.
PREGUNTAS
1. ESCRIBA EL MENSAJE/ENSEÑANZA, DE ESTA LECTURA.
2. ESTABLECE UN VOCABULARIO CON 5 PALABRAS QUE NO CONOZCAS O DUDES DE SU DEFINICIÓN.
3. EXPLIQUE EL PORQUÉ DEL TÍTULO